jueves, 9 de octubre de 2014

Remontando el Amazonas

UIquitos, 8 de octubre de 2014

Parece que es costumbre que en el Amazonas todos los días comience la lluvia a las 4,30 de la mañana. Pese a que hoy nos dejaban dormir un poco más, a las 6 estábamos en pie. Hoy Javi cumple 34 años y lo primero era felicitarle. Hace unos días, en previsión de que aquí estaríamos incomunicados como estamos, preparé un video donde muchos de sus amigos le felicitaban. Le hizo mucha ilusión, no esperaba recibir felicitaciones hoy.



A las 7,30, pese a la fuerte lluvia, pusimos rumbo al mariposario. Era más de una hora en barca y el tiempo parecía no mejorar. Si no paraba de llover tal vez no podríamos navegar por el Amazonas. Cuando llegamos al mariposario, diluviaba hasta el punto que subir la cuesta del puerto era muy complicado ya que todo estaba embarrado y nuestras botas resbalaban.

El motocarro subía y bajaba las cuestas de forma bastante temeraria... Sus frenos no eran muy buenos. El mariposario era el negocio de una mujer austriaca que vive en Iquitos. Como Jino nos explicó, la mayor parte de los negocios turísticos son de europeos. 




Nada más entrar varios monos de cara roja nos dieron la bienvenida, son una especie única del Amazonas en peligro de extinción. Se acercaban y jugaban a nuestro alrededor. Al irnos robaron las gafas de un turista y tardaron más bien poco en romper sus patillas. Aquí la gente es tan tranquila que cuando el mono robó las gafas los turistas apenas se inmutaron y tan sólo el guía hizo el amago de ir a buscar una galleta para llamar la atención del animal. Nosotros ya estábamos viendo lo que iba a ocurrir... 



El mariposario era un lugar bastante interesante. Tenían 17 tipos distintos de mariposas. Revoloteaban a nuestro alrededor. La especie más curiosa tal vez fuera la más fea: la mariposa búho. Esta mariposa cuando se siente en peligro pliega sus alas y crea la ilusión de ser un búho.



El guía nos explicó que la vida de las mariposas es de dos semanas y que ellos ayudan a su reproducción, enseñándonos el laborioso proceso. Desde la recolección de los pequeños huevos, que trasladan de la planta a unos pequeños tarros de cristal, hasta el nacimiento de la oruga que mueven a plantas (cada especie tiene la suya) para que crezcan y finalmente se conviertan en crisálidas y de ahí nazcan las mariposas.

Del mariposario pasamos a ver el resto de animales que tenían en el centro. Este lugar es un centro de recuperación de animales salvajes. Distintos tipos de monos, entre ellos la raza más pequeña del mundo, guacamayos que están en libertad, tucanes, perezosos, coatís, osos hormigueros, un manatí, boas, un felino de tamaño medio precioso similar al Lince y un jaguar enorme de nombre Pedro cuyos rugidos se oían en todo el refugio.



Pedro llegó al refugio de animales por un hombre que al parecer vendió a su madre. Aquí incluso los jaguares se pueden comprar y según nos comentó nuestro guía hasta hace bien poco había albergues que los tenían como reclamo para los turistas, una salvajada. Ver a Pedro tan de cerca impresiona, su cabeza y sus dientes son enormes y su andar es muy elegante.

Saliendo del mariposario la lluvia empezó a amainar. Nuestra siguiente parada remontando el río Nanay era la comunidad de los boras, una de las tribus indígenas que pueblan esta zona del Amazonas. Cuando llegamos a ver a los Boras acababan de irse otros turistas. Allí tenían construida una choza donde hacían su espectáculo para los "giris". Te explicaban que iban a bailar y te mostraban su artesanía para que comprásemos. Sinceramente si te descuidas San Pedro, la comunidad donde se encuentra nuestro Lodge, es más tribu y está menos comunicada que esta gente.



Hablando con uno de los hombres nos contó un poco de su realidad. Entenderle no era fácil porque hablaba una combinación de castellano y su lengua nativa. Al parecer, estos boras viven en una comunidad de 400 personas a una hora andando hacia dentro en la selva y van allí todos los días para trabajar con los turistas. En su comunidad no hay luz ni generadores y aunque los jóvenes ya comienzan a vestir como la gente de Iquitos, la gente mayor sigue vistiendo de forma tradicional. 



Les pregunté si alguna vez iban al médico y me contestó orgulloso que no, que ellos tenían todas las plantas medicinales que necesitaban adentro en la selva. Al parecer viven en chozas elevadas para evitar el ataque de animales. Allí, donde hacían el espectáculo tenían una piel de jaguar abierta. Nos invitaron a oler la piel, que todavía estaba fresca y nos contaron la historia. Lo habían matado 3 días atrás porque había atacado a una niña joven que por suerte se había salvado. El jaguar muerto se lo comieron. Esto es el Amazonas. 



Después de bailar con ellos y hacernos la foto típica turista, nos dirigimos a comer al mercado. Parece que no aprendí de mi experiencia con la semosa de México y ahí que me vi comiendo con Javi en condiciones poco salubres platos típicos del Amazonas y bebiendo Camu Camu, la limonada de aquí. Realmente la comida era pescado del río con arroz, que es en su dieta tan básico como para los chinos, unas bolas de plátano y grasa de cerdo y otra especie de arroz com pollo especiado cocinado envuelto en hoja de palmera. Este arroz parecía comida asiática.



Con el estómago lleno cogimos de nuevo nuestro bote desde la estación de botes colectivos para poner rumbo a las aguas del Amazonas, pero antes paramos en un grifo a repostar, vamos una gasolinera acuática. La idea era ver en la confluencia del Nanay con el Amazonas los famosos delfines rosados, el único animal que no se come aquí, pero no tuvimos suerte. 



El dios del viaje nos castigó, y yo tengo mi teoría de por qué... Javi dijo que los Boras eran una turistada ridícula y no bailó con gracia con ellos, provocando las iras del dios del viaje que decidió dejarnos sin ver los famosos delfines únicos en el mundo...



El paseo por el Amazonas nos mostró tan sólo una parte de la grandiosidad de este río. Todavía estamos en la estación seca y no está crecido. Aún así de lado a lado medirá más de un kilómetro. Según nuestro guía por la zona de Iquitos llega a medir 8 kilómetros cuando se cubren las islas que hay en el medio y donde ahora se aprovecha para plantar arroz. El trasiego en el río es alto. Enormes barcos viajan hacia Brasil que está a unas 10 horas, otros lo remontan hacia Pucalpa durante 4 días de navegación. La selva está viva, y su cuenca también.



De vuelta al hostel teníamos casi dos horas de navegación. De vuelta vimos algunas playas fluviales donde la gente va a pasar el día e incluso enormes buques de la armada. Algunos de estos buques son hospitales móviles del gobierno de Perú que remontan el Amazonas para atender a las poblaciones más aisladas.



Llegamos al albergue al anochecer. Allí nos encontramos con una pareja de Lima y otros de Washington. Los de Lima nos invitaron a jugar con ellos a las cartas, a un juego que yo bauticé como El Goloso porque es lo que la mujer decía a su marido continuamente... Los americanos no cenaron con nosotros, se quedaron en su habitación. Tan sólo nos quedaban algunas horas en el Amazonas y como cada día, sobre las 9 de la noche nos fuimos a dormir.


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