viernes, 17 de octubre de 2014

Camino Inca a 4600 metros de altura

Santa María, 15 de octubre de 2014

El primer día del Inka Trail ha dado para mucho... Aunque claro levantándonos a las 5.45 el día da de sí. A las 7 de la mañana nos venía a recoger una furgoneta para llevarnos a más de 120 km de Cuzco donde empezaría nuestra aventura a 4600 metros sobre el nivel del mar. 



Jamás hemos estado ni Javi ni yo tan elevados y teníamos miedo de sufrir mal de altura. Por suerte no ha sido así, y no hemos tenido que consumir nada para evitar dolores de cabeza, y eso que tampoco es que hayamos hecho una dieta suave, que el desayuno del hostel cayó entero.



El camino hacia el punto de partida ha sido espectacular. La carretera serpenteaba por la ladera de la montaña y poco a poco nos íbamos acercando a los Andes, que cada vez se veían más imponentes. Tan espectacular era que yo no me he quedado dormido ni un minuto, y mira que es difícil que yo me mantenga despierto en una furgoneta.




A los lados de la montaña árboles de eucalipto, introducidos por los humanos, se alternaban con algunas ruinas incas. Aquí das una patada y te salen piedras de ruinas, y eso que muchos de estos lugares han sido espoliados por los pueblos cercanos para obtener su piedra. Incluso en pueblos pequeños se ven edificaciones creadas a partir de ruinas incas como indican los muros inferiores de las casas.



Tuvimos la oportunidad de ver el bonito pueblo de Ollantaytambo a 98 km de Cuzco. Las ruinas de este pueblo son posiblemente las mejor conservas de la zona y merece la pena venir hasta aquí. Nosotros sólo pudimos verlo de paso, pero me hubiera gustado parar algo más en este lugar.



En cuanto a los pueblos, en este viaje se puede ver tal vez el Perú más humilde. Las casas parecen estar a medio construir y muchas de ellas son de adobe. Frente a esta humildad resaltan los niños de estos pueblos. Todos van uniformados al colegio con sus mejores ropas. La gente aquí es consciente de lo importante de una buena educación.



Hay otra cosa interesante acerca de los pueblos. Tanto en Cuzco como en sus alrededores en muchas casas ondea la bandera del arco iris. No, no es que este lugar sea la zona más gay friendly del planeta, es que la bandera de los incas también es el Arco Iris, que para ellos simboliza la esperanza. Esto es así porque el arco iris sale después de las tormentas, y es la esperanza de que las tormentas que acaban con las cosechas acaben.



Después de tres horas de furgoneta por estos parajes llegamos a los 4600 metros de altura, donde cogimos las bicicletas. El camino con la bici era una bajada continua por una carretera sin demasiadas complicaciones. Arriba hacia frío, pero según íbamos bajando la temperatura aumentaba y las capas iban sobrando. El camino era precioso y continuamente daban ganas de bajarse de la bici y hacer fotografías. Poco a poco íbamos bajando hasta adentrarnos en un valle por el que discurría un río. Tuvimos la oportunidad de parar en varios miradores.


Por desgracia los dioses incas pidieron el sacrificio de las dos chicas más jóvenes del grupo como antaño pidieron a la niña Juanita y otros niños. Dos de las chicas que iban en nuestro grupo se cayeron y ambas tuvieron que ser llevadas directamente a Aguas Calientes para ser atendidas. Una por la cadera, la otra porque no sentía el brazo y no podía mover la espalda. 



Después de más de 3 horas de bajada entre montañas y atravesando riachuelos y cascadas que cruzaban la carretera, llegamos al pueblo de Huaman Marca donde dejamos las bicicletas. Aquí también había otras ruinas incas bastante bien conservadas que tan sólo Javi y yo nos acercamos a ver y fotografiar. El resto del grupo no parecían muy interesados. Yo aproveché para rezar al dios del viaje.



De ahí teníamos otros 12 km en furgoneta hasta Santa María, donde nos dieron de comer una sopa de maíz y arroz con carne y verduras. Para los peruanos el arroz blanco es, al igual que para los asiáticos, el equivalente a nuestro pan. Todo lo acompañan con arroz blanco.


Después de comer hicimos una pequeña excursión al río mientras parte de nuestro grupo hizo rafting. Por suerte el dios del viaje no pidió sangre esta vez y todos volvieron intactos. A orillas del río hacia sol pero el agua estaba bastante fría y tenía mucha corriente, no era posible bañarse. 



Aquí fue donde tuvimos nuestras primeras picaduras de jejenes y se están dando un festín con nosotros. Yo no sé ni la cantidad de picaduras que tengo en las piernas. Hay montones de ellos e incluso te hacen sangre. El repelente es más que necesario, pero tengo la sensación de que hace más bien poco.



Ya caída la noche nos tocó hacer un trekking de una hora andando por la oscuridad y sólo iluminados por nuestros frontales. En los laterales había precipicio y oscuridad. De vez en cuando se oían animales que posiblemente despertábamos al pasar a su lado. Después de un buen rato llegamos a la choza donde pasaríamos la noche.



Y sí, no es un hostel ni un camping ni nada similar. Es una choza de una familia hecha en barro en medio de la montaña. Para que os hagáis una idea en la cocina tenían Cuis campando a sus anchas y en el exterior un ocelote secándose que cazarían algunos días atrás. 



Luz eléctrica al menos sí hay porque tienen la central hidroeléctrica relativamente cerca. El agua de la ducha sin embargo no es frío, es helado. La ducha fue un suplicio necesario porque habíamos sudado bastante y pese a que hacia bastante calor. Aquí el clima es tropical, es un calor húmedo.



Nuestra habitación que compartiríamos con otras 10 personas tenía el suelo de tierra. En mi cama la manta del último inca emperador arropandome... Un precioso trabajo en hilos dorados y plateados que me ha dejado fascinado, nótese la ironía. La habitación está llena de insectos , algunos de ellos tremendos de grandes. De hecho voy a dejar de escribir porque tengo un moscardón tremendo que hace más ruido que un Airbus revoloteando por la pantalla de mi iPad. Os dejo con la fascinante manta inca.


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